domingo, 12 de julio de 2009

Alboroto en la Granja


Paca y Paco eran un matrimonio de granjeros que tenían una bonita granja en las afueras del pueblo. Allí había gran variedad de animales: chanchos, gallinas, patos, conejos, un par de caballos que llevaban los productos para vender en el pueblo, una hermosa vaca lechera, un buey, que ayudaba a Paco a trabajar la tierra, y un burro que ayudaba en lo que podía, porque era bastante burro.

Durante más de 50 años Paca y Paco habían hecho solos todo el trabajo de la granja. Se levantaban muy temprano para ordeñar a Matilda, que les daba la leche más rica de toda la región. Y Paca hacía con esa leche la manteca más sabrosa del mundo, que luego cambiaba con sus vecinos por mermeladas o salamines.

Los animales, agradecidos por las generosas raciones de comida y los cuidados que les brindaban sus dueños, trabajaban con esmero.

Hasta que un buen día, o mejor dicho, un mal día, se enfermó Paca y ya nada fue igual.

El pobre Paco no podía hacer su trabajo y el de su esposa al mismo tiempo y las cosas se empezaron a complicar. Las gallinas seguían poniendo huevos, pero como nadie los juntaba éstos se amontonaban y terminaban haciéndose tortilla. Si Paco alimentaba a los conejos y a los chanchos, no le quedaba tiempo para los trabajos de la huerta; y ya era tiempo de cosechar las verduras. De modo que todos empezaron a comer salteado, menos Paco, quien directamente no comía porque no tenía tiempo.



Así fue como a los pocos días se enfermó también él. ¡Y entonces sí que la cosa se puso fea en la granja! Los caballos, la vaca, el burro y el buey, que hacía unos días que no recibían sus raciones, se escaparon a los campos en busca de comida.

Los conejos se adueñaron de la huerta y no dejaron ni las raíces. Los chanchos se metieron en el gallinero para robarles el maíz a las gallinas, y terminaron comiéndose los huevos, porque no había maíz. Para colmo, los perros los miraban con cara de hambre y los seguían para todos lados. La gata de la casa perseguía al canario , que se había escapado de la jaula, y el loro de doña Paca se divertía como loco comiéndose el pochoclo que su dueña guardaba celosamente en una lata. Era el único que la pasaba bien.



Pero esto no podía seguir así por muchos días. La vaca Matilda necesitaba que la ordeñaran porque estaba a punto de reventar. Entonces tomó una decisión: reuniría a todos los animales en el establo, para ver si entre todos encontraban una solución. Le pidió al loro Pepe que avisara a todos los animales que los esperaba al día siguiente a las 7 hs.

El loro hizo muy bien su trabajo porque le encantaba hacerse el importante, y además aprovechó para chismorrear con los animales, que estaban intrigadísimos. Todos se preguntaban qué iba a pasar. Y el loro les decía con aire amenazador: –¡Humm... nada bueno! ¡Ya verán!–


Cuando finalmente estuvieron todos reunidos, Matilda tomó la palabra:


–Miren muchachos: todos ustedes saben que los granjeros están enfermos y no pueden ocuparse de nosotros, como lo han hecho hasta ahora. Si no nos hacemos cargo, moriremos todos, más tarde o más temprano. Cada uno sabe más o menos lo que hay que hacer, porque lo hemos visto cientos de veces. Así que...¡Manos a la obra!–


Mansamente, los animales le dieron la razón y se retiraron para organizar sus tareas.

Hacia mediodía, se levantó Paca a preparar una sopa para ella y su esposo. De pronto, vio por la ventana una escena increíble: el buey conducía el arado y el burro lo seguía, echando granos en los surcos con sus alforjas. Más allá estaban los chanchos, limpiando el chiquero a las órdenes de la gallina bataraza, quien los amenazaba diciendo que el que no trabajaba no comía.

Los caballos fueron a llevarle miel a la vecina, a cambio de que viniera a ordeñar a la pobre Matilda. Entonces los perros le llevaron la leche fresca a Paca, quien no tardó en convertirla en deliciosa manteca y en dulce de leche.

Paca y Paco estaban tan felices al ver a sus animales haciendo los trabajos, que inmediatamente empezaron a mejorarse y en unos días estuvieron más saludables que nunca. Por supuesto, volvieron a sus trabajos. Pero... las cosas cambiaron. Sacaron los alambrados del gallinero, los cercos del chiquero, y los animales andaban sueltos por la granja. Se habían ganado su libertad.




miércoles, 1 de julio de 2009

El Patito que no Quería Bañarse



Había una vez... un patito a quien no le gustaba para nada el agua. Mama y Papá Pato estaban muy preocupados porque cada vez que llamaban a sus patitos para bañarse en el
lago, uno de ellos salía corriendo y se escondía en alguna parte.

— ¡¡Eso no es cosa de patos!! ¡Donde se ha visto que a un pato no le guste el agua! —gritaba Papá Pato.

Sus hermanitos, en cambio, formaban fila para zambullirse y disfrutaban del chapuzón. Hasta que un día, sus papás decidieron ponerse firmes.

— ¡Esto no puede seguir así! ¡Tendremos que obligarlo! —

Al día siguiente, cuando la los llamó para bañarse, el patito desobediente corrió como siempre a ocultarse en algún escondite. Pero esta vez su papá corrió detrás, decidido a atraparlo.
El chiquitín se metió entre unas plantas, pero como la noche anterior había llovido mucho, patinó en el barro y se clavó de cabeza en él. ¡Pobre patito! Sólo sobresalía la punta de su colita. Sintió los pasos de su papá que se acercaba chapoteando en el barro, y quiso buscar un escondite mejor.
Se enderezó y salió corriendo nuevamente, pero tenía la cabeza llena de barro y no podía ver nada. Corrió y corrió basta que... ¡¡¡PLASHH!!! ¡Cayó al agua!

¿Y saben qué paso entonces? ¡¡DESCUBRIÓ QUE EL AGUA ERA ALGO
MARAVILLOSO!!
La zambullida le pareció muy divertida y en seguida se puso a jugar y nadar con sus hermanos.
Desde ese día, cuando Mamá Pato llamaba: — ¡A bañarse, patitos! —, nuestro amigo era el primero de la fila.
Y nunca tenía apuro para salir del agua.