martes, 15 de septiembre de 2009

La Ballenita Azul



En una hermosa mañana de verano, una manada de ballenas se paseaba nadando bastante cerca de la playa; una de ellas estaba con su bebé, una graciosa ballenita a quien llamaban Azul, por el color de su piel, que bajo el agua tenía reflejos de un azul intenso.
Las ballenas mayores se habían detenido a descansar y conversar un poco en el agua, pero Azul se aburría de las conversaciones de las viejas, quienes charlaban de cosas como nacimientos, escasez de alimento, derretimiento de los hielos, etc. Ella prefería seguir viajando, sumergirse para ver peces extraños, jugar con algún delfín o lobito marino que encontrara por allí.
De pronto, le llamó la atención el bullicio de un grupo de chicos que jugaban cerca de la orilla. Se zambullían, lanzaban la pelota, se reían, gritaban... Azul sintió un poquito de envidia, pues se dio cuenta de que ella no tenía amigos, ya que era la única pequeña en la manada. Su mamá y las amigas la mimaban mucho, estaba siempre muy bien alimentada, pero...¡ qué aburridas eran!
Aprovechando la distracción de su mamá se fue acercando poco a poco a los chicos, hasta que no pudo resistir la tentación de mezclarse entre ellos. Sumergida , nadaba entre sus piernas y les daba algún suave coletazo, alejándose inmediatamente para que no la descubrieran. Los chicos, sorprendidos al no ver a nadie, comenzaron a acusarse unos a otros, convencidos de que se trataba de un bromista. Azul repitió varias veces el chiste y cuando vio que los niños empezaban a pelearse decidió volver con la manada.
Muy divertida, le contó a la mamá su hazaña, y ésta le hizo ver que no estaba nada bien lo que había hecho.
–¿Por que? ¡Si yo sólo quería divertirme!
–¡Claro! Pero hiciste que los amigos se pelearan, y eso no está bien.
–¿Pero no hubiera sido peor que los asustara?
–Creo que tampoco buscaste la manera de hacerte su amiga...
–Es verdad; yo sólo pensaba en reírme un rato. ¿Puedo intentarlo de nuevo, mami? ¡Me gustaría tanto ser su amiga!
–Está bien, pero no tardes porque va a cambiar el tiempo.
Azul se sumergió nuevamente, y volvió a pasar entre las piernas de los chicos, quienes comenzaron a gritar: –¡Socorroooo! ¡Hay un tiburóooon!
La ballenita dio un gran salto y en seguida se zambulló en picada, para impresionarlos. ¡¡Y vaya si lo logró!! Los niños se quedaron pasmados.
–¿¿¿Qué fue eso??? ¿¿¿Una ballena???
–Noooooo– dijeron otros.
Y entonces emergió Azul y se acercó a ellos.
-Sí, chicos, soy una ballena pequeña y me llamo Azul. Disculpen si los asusté, pero sólo quiero jugar con ustedes. ¿Puedo ser su amiga?
Los chicos no salían de su asombro. Cuando pudieron hablar dijeron:
-Ssssí, ssssí, claro.
La que no paraba de hablar era Azul, quien enseguida les contó su travesura de la mañana y todos rieron de la broma y quisieron que les explicara algunos trucos. Pero lo que más les fascinaba era verla lanzar esos chorros de aire y agua por los orificios de su cabeza. A ella le divertía que le lanzaran la pelota para que la devolviera de un coletazo. O que la montaran para zambullirse juntos.


Así jugando se fue pasando la tarde, y no se dieron cuenta de que la marea estaba muy alta y el mar calmo de la mañana se había embravecido. Las olas era tan altas que ya no les permitían ver a la manada de ballenas.
Los papás de los chicos los hicieron salir del agua, y Azul se dio cuenta de que no iba a poder regresar sola. El mar hacía tanto ruido que tampoco podía escuchar las señales sonoras que seguramente le estaría enviando su mamá.
–Tendrás que venir con nosotros– le dijeron los mayores.
–¡¡¡Sí, sí. podrías dormir en la pileta!!!- exclamaban los chicos.
En seguida lo que había empezado como un inconveniente se transformó en una aventura. Azul se olvidó muy pronto de su mamá e hizo mil piruetas para divertir a sus amigos en la pileta.
Al llegar la hora de la cena los chicos quisieron compartirla con Azul, de modo que se organizó una gran picada de mariscos junto a la pileta.
Finalmente, los papás anunciaron que era hora de ir a la cama; pero los niños no querían dejar sola a Azul. Entonces sugirieron traer las bolsas de dormir y acostarse todos alrededor de la pileta. Sus padres aceptaron y al poco rato a todos los venció el cansancio y se durmieron profundamente.

Con las primeras luces de la mañana, Azul comenzó a nadar y todos se despertaron.
–Quiero buscar a mi mamá –dijo la ballenita.
–Sí. claro! Vayamos todos a la playa.
Apenas llegaron pudieron ver a la mamá de Azul nadando impaciente de una playa a la otra. Cuando los vió, de un coletazo llegó a la orilla, donde ya se había zambullido Azul ¡Qué felices estaban las dos! Los chicos las miraban emocionados y un poco tristes, porque sabían que había llegado el momento de despedirse de Azul.
-¿Volveremos a verte?– le preguntaron.
-¡Seguramente! –contestó ella–Yo los buscaré.
-¿Lo prometes?
–Sí, lo prometo.

Y se separaron con la esperanza de que algún día volverían a encontrarse.